Lolita (1962) 02/10/2007


Lolita es uno de los escasos y raros casos de que me he leído el libro antes de ver la película, y el libro me pareció sumamente divertido, sobre todo a costa del pobre personaje de Humbert Humbert, el cual en un tono de humillante y divertida sumisión pasa todo tipo de desventuras y situaciones patéticamente divertidas que su deseo por Lolita le hace cometer (como ya hizo de forma muy parecida, y por otra Lola también, el Emil Jannings de El Ángel azul (Stemberg, 1930) esta vez humilladamente seducido por Marlene Dietrich). Eso sí, luego reconozco que el libro se vuelve insoportablemente aburrido cuando empiezan a irse de motel en motel (aun recuerdo con desazón las soporíferas descripciones que hacía Navobok de las toallas de los hoteles y similares).



Pero ¿qué pasa con la película?, pues la película demuestra que Kubrick tiene una ausencia absoluta de sentido del humor (no sólo se ve en este film, se ve en todos los suyos) pues no consigue transmitir ni una sola vez el gran humor que desprendían las sumisiones y humillaciones de Humbert Humbert, siendo una película muy seria e incluso aportando mayor sosez de la que merece. ¿Y que se salva entonces en Lolita?, pues no es precisamente Sue Lyon, que no aparenta 13 años ni de coña (y encima hace sentirnos como deplorables y perversos pedófilos a los espectadores masculinos, ay, esa escena del hulahop), en este aspecto es mucho mejor la niña de la nueva versión de Lolita que en los años 90 hizo Adrian Lyne.

Descartada ya Sue Lyon ¿qué salva el film? Pues lo salva el tremendo trío protagonista que lo componen dos excelentes actores como James Mason y Shelley Winters (soberbios los dos en la película) y ese genio de la comedia llamado Peter Sellers, desgraciadamente muy comedido (por la pulcra y castrante seriedad de la dirección de Kubrick), pero el cual hace brillar y remontar totalmente el film cuando ya empezaba a ser francamente aburrido.

¿Qué sería de Stanley Kubrick sin Peter Sellers? Pues sencillamente que ni Lolita ni Telefono Rojo, volamos hacía Moscu (1964) serían buenas películas, es más, serían unos bodrios considerables, pero disponer de Sellers es sinónimo de éxito (que se lo digan sino al mediocre Blake Edwards, ¿verdad?), pero aún así hay que elogiar la tremenda labor de James Mason (una de las mejores interpretaciones de su carrera sin duda) y de la siempre excelente Shelley Winters (sobre todo en la memorable escena cuando descubre cotilleando la gran pasión oculta de su marido). Pero uno no puede evitar dejar de preguntarse ¿no hubiese sido una película mucho mejor con otro director, con más sentido del humor y de mente menos cuadriculada, que el perfeccionista Kubrick?.

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