El viejo y el niño (1967) 25/06/2009

Año: 1967   Guión: Claude Berri, Gérard Brach   Música: Georges Delerue   Fotografía: Jean Penzer   Título original: Le vieil homme et l´enfant
Intérpretes:


Vaya por delante decir que no entiendo de cine. A mí, que no me hablen de planos, de secuencias, ni de planos secuencia. No me nombren actores o actrices, con haberlos magníficos; no me señalen directores, aunque se den genios; y menos guionistas, a pesar de que algunos sean verdaderos magos. No es pequeño ya en sí el aprieto de meterme a opinar, pero metida a ello, procuraré no hacerlo buceando en honduras de las que no sabría salir airosa.



Cuando me acerco al cine lo hago con la arrogancia y con la ingenuidad de un niño. Me basta y me sobra con que ese pedazo de paraíso artificial me arranque una sonrisa o una lágrima, me enseñe, sin herirme o me dé una lección sin lastimarme más de lo necesario (eso hacen los maestros), ahí es nada; que me aleje, sabedora del regreso, por hora y media, al menos, del tedio y la tristeza cotidianos.

Todo eso lo consigue El viejo y el niño ( Claude Berri, 1967), Le vieil homme et l´enfant, en el original. Dos vidas, una que empieza y otra que declina, con el telón de fondo de la segunda guerra mundial en sus días más cruentos; el encuentro, la unión de dos soledades con sus conflictos personales, en el campo, al acecho terrible y alejados también de ese conflicto mundial (la guerra).

El niño, Claude (Alain Cohen), un pequeño al que los padres, judíos, se ven obligados a dejar en el campo para evitar que corra peligros innecesarios, se aferra, sin saber de ideologías, ni de religiones, a la mano del viejo, Pépé (Michel Simon), antisemita por desinformación, que no sabe, ni quiere saber, quién es el niño; y los dos, junto al anciano perro de Pépé, Kinou, tremendamente mimado por su dueño, crecen juntos y disfrutan juntos, a pesar de la guerra, de los hijos y de la dureza de una maestra de escuela rural, intransigente con lo que no comprende.

¿Despotricar, como apunta la página? También. Algunas veces resulta necesario, pero no contra esta pequeña joya hecha con sencillez y naturalidad; reconocida y alabada por los que gozan ingenuamente y por los que disfrutan con el descubrimiento minucioso de los aciertos, sino contra los que no saben tratar los temas conflictivos, en este caso es el antisemitismo, con tanta delicadeza como lo hace Claude Berri (hijo de padres judíos).

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